“Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes
y totalmente libres” Rosa Luxemburgo
Hace días en la víspera del 8 marzo, como cada año, se
rearman los discursos concernientes hacía el día que conmemora a las mujeres,
digo mujeres por la necesaria pluralidad que le pertenece. De manera
interesante sucede una toma de posiciones diversas, quienes toman la fecha como un homenaje a la
mujer en su vida, como madre, hija, pareja o compañera en forma de
felicitaciones o regalos sencillos; otros como una imposición paternalista y
condescendiente, otros como un empoderamiento de su identidad. Lejos de ser
algo beligerante y negativo, es una oportunidad para el dialogo abierto. De
manera divertida se dice que el día de la mujer tiene como propósito la
discusión de su propia existencia.
En términos históricos –oficiales- el “día de la
mujer” es el reconocimiento a la lucha de las mujeres por sus derechos, la igualdad
de oportunidades y su democratización. No tiene que ver con la igualdad de
género en concepto de identidad. Es por esto, que decidí escribir el presente
artículo; dar cuenta desde mi postura como psicólogo, como ente social mexicano
y como hombre de lo que representa la feminidad.
En primer lugar, el género es un precursor indispensable
de la identidad, ya que tanto lo femenino como lo masculino son estructurantes
del Yo en toda persona. Al ser nombrados se heredan las condiciones y mitos que
arrastra lo singular de cada diferencia, incluso cada objeto, a nivel de la
palabra -al menos en el español- tiene un género. La identidad se soporta a través de cómo la
niña se identifique con su madre. Lo femenino se afianza en lo corporal,
habitando el cuerpo de niña-mujer, el conocimiento de la vagina. Sin embargo,
no es el sustento biológico sino mas concretamente la construcción cultural la
que constituye la feminidad. Basta con
observar la propuesta del juego infantil en las niñas para darse cuenta que se
centra en el rol maternal, del cuidado del otro, jugando a las muñecas, a la
mamá, la maestra, la casa. En otras
palabras, satisfacer el deseo de otro. Al
enfrentar problemas relacionales, se
cimbra la identidad misma de la mujer. Un ejemplo de esta situación es que a
pesar de sufrir violencia o maltratos una mujer sostiene su relación e incluso
evita denunciar a su pareja agresora.
La mujer que se lanza a la vida profesional, cultural
o científica sufre al tener que vivir el doble vínculo, al sostener su trabajo
y al mismo tiempo ser madre o cuidadora. Claro que al renunciar a este rol, se
exponen a la vejación y agresión pasiva por parte de otras mujeres. La mujer al
vivir constantemente en la satisfacción de otro, vive permanentemente en alerta,
siempre tratando de demostrar, mediáticamente incluso parece que la mujer es
embajadora de sí misma y de toda mujer, por ejemplo, vemos reportajes de
mujeres choferes o bomberos. Esta misma
postura incondicional al mismo tiempo que admirable la hace propensa
enfermedades psicológicas como la depresión, ansiedad, cuadros bipolares, etc.
Afortunadamente lo femenino vive en constante cambio, ahora es posible ver una
formación igualitaria a niveles educativos e incluso de socialización; las
niñas hacen deporte de contacto y se interesan por juegos de construcción y
lógica, antes enfocados (como mercado) a los niños. Las nuevas configuraciones sociales y
familiares exigen una readaptación de lo femenino y lo masculino, las tareas se
reparten y los trabajos se asignan idealmente en función de habilidades y
competencia, no por un prejuicio sexual. El cambio de lo femenino no ocurre
únicamente al pasar de generación en generación, sino que cada mujer a lo largo
de su vida vive feminidades distintas, ya sea como niña, como trabajadora
o como agente de creación.
Lo más seguro es que nunca se alcance la feminidad
pura o ideal, ni la mujer de antaño era enteramente oprimida, ni la actual vive
una libertad plena, mujeres y hombres son diferentes y que bueno que sea así,
por que son complemento y a veces contrarios, necesarios uno del otro, donde al
vivir y co-crear se forman las bases para un proyecto de humanidad en donde las
niñas y niños sean libres independientemente de su genero.
Psic. José Luis
Ramírez Esparza