¿Hasta qué punto un ser humano puede ser responsable de sus
actos? ¿En qué momento una persona es capaz de arrebatarle la vida a su
semejante y sentir poca o ninguna culpa por ello? Las historias de asesinos
seriales generan mucha curiosidad, ya que siempre se liga lo bizarro de la
humanidad, con el ingenio; la monstruosidad y el abandono.
En esta ocasión me gustaría hablar sobre el caso de Jeffrey
Dahmer, mejor conocido como el carnicero de Milwaukee.
Dahmer nació el 2 de mayo de 1960 en el seno de una familia
conflictiva compuesta por su padre, un investigador químico, y su madre, ama de
casa con antecedentes de consumo de medicamentos psiquiátricos. Desde pequeño
se mostró como un niño, tímido y solitario, más bien apartado de los demás.
Pasó la mayor parte de su infancia cazando insectos para
después conservarlos en formol. Tenía un enorme interés por la anatomía de los
animales, mostrando curiosidad por saber
cómo eran por dentro y cómo funcionaban. Poco a poco comenzó a cazar presas más
grandes, llegó a atrapar liebres, mapaches y perros. Era bastante
perfeccionista en el arte de la disección, metódico en la separación y
blanqueamiento de los huesos, que después coleccionaba.
En su pubertad adoptó ese tono de voz monocorde que lo
caracterizó por el resto de su vida, entrando a esta etapa comenzó a beber
alcohol, consumir marihuana, lo que lo llevó a ir al colegio todos los días
drogado y borracho; además de de estas adicciones, se masturbaba compulsivamente
mirando revistas pornográficas de orientación homosexual, o bien mirando las
entrañas de los animales que acababa de matar. Fue más adelante, en la adolescencia,
que su padre abandonó el hogar, tomando Jeffrey venganza secuestró a un muchacho
que pasaba por la carretera, lo llevó a su casa y lo asesinó; metiendo después el cuerpo en un saco
de basura, y lo arrojo por un barranco.
Después de este, su primer asesinato, entró en una fase
profundamente depresiva llegando a pensar incluso en quitarse la vida. Sin
embargo, su padre lo rescata enviándolo a la universidad y al ejército, en
donde su alcoholismo lo marginó de ambas actividades. Después de tocar fondo, se
vio una ligera mejoría, viviendo en casa de su abuela consiguió un empleo en
una fábrica, comenzó a asistir a la iglesia y a leer la biblia .El cambio le duró
poco, comenzó de nuevo con prácticas masturbatorias obsesivas, con el robo de un
maniquí de una tienda para usarlo como compañía sexual. Su obsesión llegó a tal
grado, que una noche tras asistir al funeral de un chico de 18 años, fue a
desenterrarlo al cementerio, aunque sin éxito, pues el suelo sobre el que
intentó cavar estaba congelado.
Un año más tarde volvió a matar, nuevamente un joven con
una mecánica muy simple, le ofreciió una bebida con somnífero, despertó al día
siguiente al lado de su victima sin vida y ambos ensangrentados; Dahmer no
recordó cómo ocurrió, pero sí recordó cómo desmembró el cuerpo, cómo guardo
todas las partes de una maleta grande a excepción de la cabeza que guardó e
hirvió para conservar el cráneo cual trofeo. Tras esta situación, Dahmer
comienza a matar apenas tiene una oportunidad, siguiendo siempre el mismo modus operandi: acechaba a su víctima,
flirteaba ofreciendo dinero a cambio de sexo, les ofrecía una bebida con
somnífero para después estrangularla. Una vez que asesinaba a sus víctimas, se
quedaba abrazando el cadáver, pensando en cómo conservar las cabezas y formar
una colección de huesos más extensa. Dahmer, por lo tanto, tenía un patrón
predecible en sus actos, algo característico de los asesinos en serie, empezó matando cautelosamente asustado por sus crímenes, luego
el ritmo aumenta, para finalmente convertirse en una máquina de matar más
efectiva. Está demostrado que estos asesinos con el tiempo se vuelven
arrogantes y despreocupados, convencidos de que no pueden ser apresados por
ningún mortal, creyendo tener máximo poder y autoridad sobre los demás.
En alguna ocasión una víctima alcanzó a escapar antes de
que hiciera efecto el somnífero alertando a la policía, la cual registró la casa
de Dahmer pero no encontró nada.
Cerca de 1990 se mudó a un departamento en donde
consiguió una larga mesa de metal con dos grifos, misma que utilizó para poder “disfrutar” aún más a sus víctimas, tomando fotografías con su polaroid,
congelaba los órganos, comía algunas porciones de la carne y lo que sobraba, lo
depositaba en un contenedor de basura lleno de ácido.
Tras ser apresado, su juicio inició en 1992, mostrándose
sincero y cooperador en todo momento, con mucha frialdad y falta de emociones que
indicaran culpa o arrepentimiento. Después del veredicto habló por primera vez
al tribunal, diciendo: "Señor juez, todo ha terminado, me siento muy mal
por lo que hice a esas pobres familias y comprendo su merecido odio. Asumo toda
la culpa por lo que hice. He hecho daño a mi madre, a mi padre y a mi
madrastra, pero les quiero mucho".
Fue declarado culpable, condenado a 900 años de
encarcelamiento, murió en 1994 víctima de asesinato en la misma cárcel donde estaba
recluido. Su cuerpo fue tema de disputa dentro de su familia; su madre deseaba
que fuera donado a la ciencia; mientras que su padre, enterrado y olvidado de
la memoria de todos. Finalmente, su cerebro se preservó para estudios científicos
posteriores. Los artefactos e instrumentos que Dahmer utilizaba fueron
subastados con la intención de crear un museo del horror que jamás se realizó.
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Psic. José Luis Ramírez Esparza
psicologolm@megacall.com.mx
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