Cuando la distancia nos separa de aquellas personas que
amamos profundamente, sentimos el pesar de no saber qué les sucede, cómo acontece
la vida y el pensamiento muchas horas se dedica a la especulación. ¿Realmente decidimos alejarnos? Es posible
que la decisión de dejar atrás a nuestra familia sea secundaria a una situación
relevante como puede ser el trabajo, estudios, matrimonio o el simple deseo de
independencia. Pero, aún con lo
importante que pudo ser nuestro motivo de haber partido, el dolor en muchos
casos es inevitable. Bien citado es aquel pensamiento que dice que el amar es
renunciar; dejar de estar atado a lo de siempre; el cambio lo deseemos o
no, tiene que ocurrir.
Es agradable pensar que siempre al dejar a un ser amado se
trata de una decisión propia, lamentablemente en la mayoría de los casos es la
vida y sus derroteros lo que nos mueve y nos aleja. Es por ello que el reencuentro además de ser
una realidad palpable, también es una fantasía, es una esperanza que incluso
llegar a traspasar los límites de nuestra existencia.
El reencuentro es un espacio de posibilidad que ayuda a la
mente a tolerar la realidad. No podemos
entender la potencialidad del re-encuentro sin antes entender la naturaleza del
porqué lo deseamos. Nos volvemos a encontrar con nuestra familia después de un
largo viaje, al terminar una jornada de trabajo, al perdonar el padre ausente,
cuando un preso sale de prisión, etc.
Hay un reencuentro sumamente añorado, el de reencontrarnos
con nuestros seres amados que han muerto. La esperanza máxima en la existencia
humana es la perpetuidad del vínculo, la muerte nos asusta porque amenaza esta
continuidad; por ello al pasar la vida y al perder vínculos tan inmensos como
el de los padres por ejemplo, la muerte se va endulzando en la posibilidad del
reencuentro, ahora metafísico. En este momento recuerdo a mi anciana abuela
diciéndome con su voz cansada “me estoy acercando a la eternidad, mi viejo y mi hijo van a venir por mí”, lo último
pronunciado con añoranza.
Todo reencuentro es una explosión de afecto, se vive
eufóricamente, en el desbordamiento de sentimientos o en su contraparte, en la
negación de este afecto que sería la apatía. Como sea, es un momento que no nos
deja indiferentes. Vivamos nuestros reencuentros de todos los días, apreciemos
el placer regresar y ver regresar, al final la vida se trata de un ciclo de
encontrarnos, perdernos y re-encontrarnos.
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Psic. José Luis Ramírez Esparza
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