Añorada por los niños, esperada por los amantes de la
comida hipercalórica y despreciada por otros tantos. La navidad es algo
omnipresente durante las últimas semanas del año, simplemente nos invade a
través de música, películas, televisión, publicidad, religión y las personas a
nuestro alrededor… Semejante avalancha de contenido no puede pasar indiferente,
la amamos y/o la odiamos, por esto me gustaría hacer una breve revisión de los
aspectos que generan mayor convulsión social y psicológica respecto a la
navidad.
¿Qué hacemos
en navidad?
Durante esta época, se anuncia un tiempo de paz y de
acompañamiento cálido, junto a nuestros seres amados. Se da el reencuentro con
nuestras raíces familiares y la camaradería del trabajo. Sin embargo, la realidad
es distinta, en estas fechas se vive una aceleración del ritmo de vida, los
planes de reunión se empalman con la urgencia de terminar el trabajo antes del
cierre de año y quienes se dedican a los servicios y comercio, el simple hecho
de descansar es una pérdida de horas-hombre y dinero.
En los centros comerciales existe la urgencia por
conseguir regalos y productos, creando una atmosfera densa y una sensación
inexorable de prisa. En casa los preparativos pueden ser caóticos, al final de
cuentas, un momento de paz navideño -si es que llega- se logra sólo gracias a
soportar un caos laboral, familiar y comercial.
Liquidez
económica recalcitrante
Son días de recibir los merecidos beneficios de un año
de trabajo y productividad, se reciben aguinaldos, bonificaciones y demás
compensaciones. Lo malo es que parece que el dinero nos quema los bolsillos y
necesitamos deshacernos de él a la menor oportunidad. Los comerciantes,
generosos y piadosos, ofertan un sin fin de productos y facilidades para
comprar los regalos y artículos de nuestro agrado. Por supuesto que ejercer el
arte del comercio no es negativo, lo malo es cuando tenemos una expectativa
sobreestimada de nuestras posibilidades económicas y gastamos lo que no
tenemos. Otro problema es el valor exagerado que le damos a los objetos
materiales; se percibe que uno estima a una persona por el precio del regalo
comprado y peor aún, nuestros niños tienen su mayor ilusión navideña por los
regalos que van a recibir. Bien decía el historiador mexicano Edmundo O’Gorman:
“La
Navidad es la venganza de los mercaderes contra Jesús por haberlos expulsado
del templo”
Nostalgias y resentimientos
El problema de la navidad
es que está altamente idealizada y como todo objeto de idealización, lo más
probable es que cause decepción. Poseemos recuerdos lindos de ella de cuando
fuimos niños y las personas que nos rodeaban nos llenaban de amor, simpatía y
regalos. Pero las personas cambian o se van, el tiempo lo transforma todo y eso
crea una sensación de que jamás se volverá a vivir una navidad “como las de
antes”. Por otra parte, el resentimiento nace de las frustraciones de una vida
familiar disfuncional, del nunca ser saciado y ver con envidia la felicidad de
los demás. Ambos sentimientos son inevitables, es cierto grado de normalidad,
pero cada quién decide qué hacer con ellos.
Al final, la navidad por
invasiva que sea, debe vivirse primeramente como una oportunidad de crear un
vínculo cálido y humano con quienes están con nosotros todo el año, la familia,
compañeros y amigos. De reencontrarnos a través de la distancia, el perdón y la
humildad de quienes nos sentimos alejados. Vivir un acercamiento a lo
espiritual, reflexionando sobre el sentido que le queramos dar a estas fechas y
ser generosos no solamente con regalos, sino también en entrega mediante el
amor con el que tomamos nuestras decisiones y acciones.
Para
asesoría psicológica marca al 01 800 111 8111
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