“El cine une la vigilia con el sueño” André Breton
Hace muchos años -espero no tantos- cuando era niño y
apenas comenzaba a entender la vida, veía las películas que por suerte teníamos
en casa reproducidas en una vieja Betamax.Cuando no eran animadas y eran
interpretadas por actores de carne y hueso no distinguía la irrealidad de la
presentación que veía en escena: quienes se amaban, se amaban de verdad y
quienes morían se habían sacrificado por la película. Gracias a mis padres,
entendí que el cine es una representación ficticia. Tuve un desencanto y un
alivio: los seres deformes de las películas de terror eran muñecos de plástico,
el soldado caído en combate era un actor embarrado de algo que sólo podía ser
cátsup y los amantes en el mejor de los casos, en la vida real eran apenas
colegas histriónicos.
Antes del cine, la pintura y la escultura ostentaban la
mayor proximidad a la estética de la realidad, usaban geometría y matemáticas,
que para los modernos era el lenguaje de la creación. La música por su parte, exploraba ámbitos más
emocionales y estructurales, aunque pudiera ser la ópera su mejor intento de
reproducir una realidad, nunca tuvo esa intención. El cine apareció como todo
arte, de manera lenta, constante.
Precedido por la fotografía y el teatro, era una realidad representada y
mejor aún, reproducible.
Todos vivimos una realidad propia, concerniente a
nuestros actos, medio y posibilidades.
Con el cine sucede algo muy similar al sueño, esa realidad se aumenta
por lo menos en la fantasía y el imaginario, pero no por ello está reñido con
nuestra lógica. De hecho sucede algo muy similar a lo que se vive en una
terapia de grupo, donde somos capaces de identificarnos en los otros, a través
de su historia y sus emociones. Pero por supuesto, desde mi propia posición,
algo se mueve. Algunas películas nos enganchan y otras nos son indiferentes.
Particularmente recuerdo en una película infantil llamada
“UP”, una escena a modo de prólogo, que en menos de diez minutos relata la vida
de una pareja desde niños hasta el fallecimiento de la esposa ya anciana. La
escena mostraba la cotidianidad y dificultades de todo ser humano de un
contexto similar; por el contenido resulta ser identificatoria y conmovedora;
es una parte de la historia dirigida a los adultos, son ellos quienes la viven
más intensamente.
Edgar Morín en su ensayo l’homme imaginaire (1956) propone una profundidad en los procesos y
transferencias psíquicas desarrolladas en la situación cinematográfica. En
este ensayo se enuncia desde la antropología, el significado fílmico resultante
de la unión entre lo puesto en escena a propósito del autor y la imaginación
del sujeto que contempla. El relato
ficticio bajo este supuesto, genera una intensa aparición de sentimientos que
acelera lo que antes nombramos como identificación, ya sea con los personajes,
actores reales o situaciones.
Es evidente entonces, que
la responsabilidad interpretativa del filme recae en quien lo propone y quien
lo recibe. Un ejemplo: una de las partes fundamentales del cine, es el tráiler
promocional destinado a generar una expectativa y una vivencia previa con el
fin de seducirnos. Una película de suspenso como El resplandor puede ser
reinterpretada a una comedia familiar en el interjuego de propuestas
autor-receptor, en donde el creador del tráiler es evidentemente un receptor
reinterpretando.
Así
es como con herramientas creativas y tecnológicas vamos ganando medios de crear
significantes. En adelante, hay que observar como otros artes nacen, tal como
los videojuegos que de manera acelerada, complejizan su estructura de crear
identificaciones y movimientos emocionales desde propuestas distintas.
Referencia:
Morin
E. (1972)El cine o el hombre imaginario.
Barcelona: Seix Barral.
Para
asesoría psicológica marca al01 800 111 8111
No hay comentarios:
Publicar un comentario