miércoles, 11 de diciembre de 2013

El reencuentro con los seres amados.


Cuando la distancia nos separa de aquellas personas que amamos profundamente, sentimos el pesar de no saber qué les sucede, cómo acontece la vida y el pensamiento muchas horas se dedica a la especulación.  ¿Realmente decidimos alejarnos? Es posible que la decisión de dejar atrás a nuestra familia sea secundaria a una situación relevante como puede ser el trabajo, estudios, matrimonio o el simple deseo de independencia. Pero, aún  con lo importante que pudo ser nuestro motivo de haber partido, el dolor en muchos casos es inevitable. Bien citado es aquel pensamiento que dice que el amar es renunciar; dejar de estar atado a lo de siempre; el cambio lo deseemos o no,  tiene que ocurrir.

Es agradable pensar que siempre al dejar a un ser amado se trata de una decisión propia, lamentablemente en la mayoría de los casos es la vida y sus derroteros lo que nos mueve y nos aleja.  Es por ello que el reencuentro además de ser una realidad palpable, también es una fantasía, es una esperanza que incluso llegar a traspasar los límites de nuestra existencia.

El reencuentro es un espacio de posibilidad que ayuda a la mente a tolerar la realidad.  No podemos entender la potencialidad del re-encuentro sin antes entender la naturaleza del porqué lo deseamos. Nos volvemos a encontrar con nuestra familia después de un largo viaje, al terminar una jornada de trabajo, al perdonar el padre ausente, cuando un preso sale de prisión, etc.

Hay un reencuentro sumamente añorado, el de reencontrarnos con nuestros seres amados que han muerto. La esperanza máxima en la existencia humana es la perpetuidad del vínculo, la muerte nos asusta porque amenaza esta continuidad; por ello al pasar la vida y al perder vínculos tan inmensos como el de los padres por ejemplo, la muerte se va endulzando en la posibilidad del reencuentro, ahora metafísico. En este momento recuerdo a mi anciana abuela diciéndome con su voz cansada “me estoy acercando a la eternidad,  mi viejo y mi hijo van a venir por mí”, lo último pronunciado con añoranza.

Todo reencuentro es una explosión de afecto, se vive eufóricamente, en el desbordamiento de sentimientos o en su contraparte, en la negación de este afecto que sería la apatía. Como sea, es un momento que no nos deja indiferentes. Vivamos nuestros reencuentros de todos los días, apreciemos el placer regresar y ver regresar, al final la vida se trata de un ciclo de encontrarnos, perdernos y re-encontrarnos.

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Psic. José Luis Ramírez Esparza






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