jueves, 14 de noviembre de 2013

Historias criminales: Jeffrey Dahmer “el carnicero de Milwaukee”





¿Hasta qué punto un ser humano puede ser responsable de sus actos? ¿En qué momento una persona es capaz de arrebatarle la vida a su semejante y sentir poca o ninguna culpa por ello? Las historias de asesinos seriales generan mucha curiosidad, ya que siempre se liga lo bizarro de la humanidad, con el ingenio; la monstruosidad y el abandono.

En esta ocasión me gustaría hablar sobre el caso de Jeffrey Dahmer, mejor conocido como el carnicero de Milwaukee.

Dahmer nació el 2 de mayo de 1960 en el seno de una familia conflictiva compuesta por su padre, un investigador químico, y su madre, ama de casa con antecedentes de consumo de medicamentos psiquiátricos. Desde pequeño se mostró como un niño, tímido y solitario, más bien apartado de los demás.

Pasó la mayor parte de su infancia cazando insectos para después conservarlos en formol. Tenía un enorme interés por la anatomía de los animales,  mostrando curiosidad por saber cómo eran por dentro y cómo funcionaban. Poco a poco comenzó a cazar presas más grandes, llegó a atrapar liebres, mapaches y perros. Era bastante perfeccionista en el arte de la disección, metódico en la separación y blanqueamiento de los huesos, que después coleccionaba.

En su pubertad adoptó ese tono de voz monocorde que lo caracterizó por el resto de su vida, entrando a esta etapa comenzó a beber alcohol, consumir marihuana, lo que lo llevó a ir al colegio todos los días drogado y borracho; además de de estas adicciones, se masturbaba compulsivamente mirando revistas pornográficas de orientación homosexual, o bien mirando las entrañas de los animales que acababa de matar. Fue más adelante, en la adolescencia, que su padre abandonó el hogar, tomando Jeffrey venganza secuestró a un muchacho que pasaba por la carretera, lo llevó a su casa y lo asesinó; metiendo después el cuerpo en un saco de basura, y lo arrojo por un barranco.

Después de este, su primer asesinato, entró en una fase profundamente depresiva llegando a pensar incluso en quitarse la vida. Sin embargo, su padre lo rescata enviándolo a la universidad y al ejército, en donde su alcoholismo lo marginó de ambas actividades. Después de tocar fondo, se vio una ligera mejoría, viviendo en casa de su abuela consiguió un empleo en una fábrica, comenzó a asistir a la iglesia y a leer la biblia .El cambio le duró poco, comenzó de nuevo con prácticas masturbatorias obsesivas, con el robo de un maniquí de una tienda para usarlo como compañía sexual. Su obsesión llegó a tal grado, que una noche tras asistir al funeral de un chico de 18 años, fue a desenterrarlo al cementerio, aunque sin éxito, pues el suelo sobre el que intentó cavar estaba congelado.

Un año más tarde volvió a matar, nuevamente un joven con una mecánica muy simple, le ofreciió una bebida con somnífero, despertó al día siguiente al lado de su victima sin vida y ambos ensangrentados; Dahmer no recordó cómo ocurrió, pero sí recordó cómo desmembró el cuerpo, cómo guardo todas las partes de una maleta grande a excepción de la cabeza que guardó e hirvió para conservar el cráneo cual trofeo. Tras esta situación, Dahmer comienza a matar apenas tiene una oportunidad, siguiendo siempre el mismo modus operandi: acechaba a su víctima, flirteaba ofreciendo dinero a cambio de sexo, les ofrecía una bebida con somnífero para después estrangularla. Una vez que asesinaba a sus víctimas, se quedaba abrazando el cadáver, pensando en cómo conservar las cabezas y formar una colección de huesos más extensa. Dahmer, por lo tanto, tenía un patrón predecible en sus actos, algo característico de los asesinos en serie, empezó matando cautelosamente asustado por sus crímenes, luego el ritmo aumenta, para finalmente convertirse en una máquina de matar más efectiva. Está demostrado que estos asesinos con el tiempo se vuelven arrogantes y despreocupados, convencidos de que no pueden ser apresados por ningún mortal, creyendo tener máximo poder y autoridad sobre los demás.
En alguna ocasión una víctima alcanzó a escapar antes de que hiciera efecto el somnífero alertando a la policía, la cual registró la casa de Dahmer pero no encontró nada.
Cerca de 1990 se mudó a un departamento en donde consiguió una larga mesa de metal con dos grifos, misma que  utilizó para poder “disfrutar” aún más a sus  víctimas, tomando fotografías con su polaroid, congelaba los órganos, comía algunas porciones de la carne y lo que sobraba, lo depositaba en un contenedor de basura lleno de ácido.     
Tras ser apresado, su juicio inició en 1992, mostrándose sincero y cooperador en todo momento, con mucha frialdad y falta de emociones que indicaran culpa o arrepentimiento. Después del veredicto habló por primera vez al tribunal, diciendo: "Señor juez, todo ha terminado, me siento muy mal por lo que hice a esas pobres familias y comprendo su merecido odio. Asumo toda la culpa por lo que hice. He hecho daño a mi madre, a mi padre y a mi madrastra, pero les quiero mucho".
Fue declarado culpable, condenado a 900 años de encarcelamiento, murió en 1994 víctima de asesinato en la misma cárcel donde estaba recluido. Su cuerpo fue tema de disputa dentro de su familia; su madre deseaba que fuera donado a la ciencia; mientras que su padre, enterrado y olvidado de la memoria de todos. Finalmente, su cerebro se preservó para estudios científicos posteriores. Los artefactos e instrumentos que Dahmer utilizaba fueron subastados con la intención de crear un museo del horror que jamás se realizó.
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Psic. José Luis Ramírez Esparza
psicologolm@megacall.com.mx
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